En mi opinión, y sobre todo quienes estamos en un Proceso de Desarrollo Personal, somos exigentes en demasía y hasta un poco intransigentes con nosotros mismos.
Nos exigimos una perfección que no tenemos, a la cual –de momento- no podemos hacer otra cosa más que aspirar a ella.
No hemos llegado a alcanzarla, y tal vez –y realmente esto no es motivo para desesperarse- no lleguemos nunca.
Todos tenemos un hándicap, inevitable, que si bien no es paralizante, sí es un obstáculo bastante dificultoso. Además, no nos podemos deshacer de él jamás y nos acompañará el resto de la vida…
Señores y Señoras… ¡Somos humanos!
Y esto, que no es un asunto que dependa de nosotros sino que es una condición de nacimiento, hará que a lo largo de la vida seamos severos con nosotros mismos -en demasiadas ocasiones-, seamos jueces implacables -y muy a menudo injustos-, y una insatisfacción nos acompañará hasta el día glorioso en que nos demos cuenta que es una ingrata compañera cuya compañía nos perjudica seriamente.
Esto sucederá a medida que vayamos aceptando con comprensiva resignación todas las cosas que nos suceden -y lo inevitable que son algunas de ellas-, que sepamos cómo en unas ocasiones tenemos que hacer y cómo en otras es mejor no hacer, que comprendamos sin dolor ni trauma que todo no va a salir siempre a nuestro gusto, que algunas experiencias dolientes son imprescindibles para nuestro Desarrollo Personal, que vayamos teniendo tolerancia a la frustración, que admitamos que en la vida no siempre se llega a entender todo lo que en ella nos pasa… en fin, que no hagamos de la vida una lucha constante pero tampoco una rendición continua.
Ir descubriendo es ir evolucionando, aunque –y esto es complicado de explicar así que hay que sentirlo sin definiciones- el Crecimiento es hacia adentro y hacia lo profundo.
No se tratará nunca de ser más, sino de ser menos.
Nunca grandilocuencia y pavoneo, sino simplificación.
La simpleza es lo más grande.
Ser simple ha de ser la máxima aspiración y lo más que se puede llegar a alcanzar.
Y mientras alcances ese estado…
¿Convives bien contigo mismo?
¿Te aceptas del todo?
¿Te perdonas fácilmente?
¿Admites tus limitaciones?
¿Te amas a pesar de todo?
O… por el contrario…
¿Te tienes la guerra declarada?
¿Te culpabilizas constantemente?
¿Evitas tu mirada en los espejos?
¿Te reprochas y echas en cara aún cosas del pasado?
¿Piensas en ti con pensamientos negativos?
Si hay tres o más respuestas afirmativas en la primera tanda de preguntas… ¡Felicidades!, ¡Enhorabuena!, ¡Tú sí que sabes! En mi opinión, tu actitud es la adecuada. Y quien no entienda esto, que sepa que es con amor como se van resolviendo las cosas, que las malas caras y las zancadillas no hacen más que agraviar la relación y convertir la convivencia en un maridaje agrio, indeseable, y quien no se ama no es capaz de encontrar razones por las que trabajar por sí mismo en su mejoramiento.
Si hay tres o más respuestas afirmativas en la segunda tanda de preguntas… pues lo siento por ti. Te lo tienes que estar pasando muy mal. Y una advertencia: no le eches la culpa a los otros, ni al destino, ni a nada. Asume que tu actitud es boicoteadora más que colaborativa. Abre los ojos y aclara tu forma de mirar las cosas, levántate ese castigo que te has impuesto de estar enfurruñado contigo y con el mundo, libérate de tu autocastigo y ayúdate a escapar de esa actitud negativa en la que te puedes estar enquistando.
Te tienes a ti.
Esta frase tan aparentemente leve, que parece hecha de dulce y flores, de un esoterismo empalagoso, es la verdad más afortunada. Te tienes a ti afortunadamente.
Porque eres tú quien ha estado a tu lado en los años que llevas vividos. Con mayor o menor fortuna, en los buenos y en los malos momentos, a pesar de lo que te haya tocado vivir, quien no se ha separado de ti ni un instante eres tú mismo. Esto tan obvio, pero tan auténtico, ya es un buen motivo para una reconciliación contigo.
Y en los años que te quedan por delante, sólo tú vas a estar contigo en cada instante. Te conviene llevarte bien contigo mismo. Te interesa estar de tu lado.
Porque hay algo aún más obvio –que por ser tan obvio a veces no se ve- y es que tú eres quien va a gozar o padecer la relación contigo mismo.
Si estás a favor de ti, conseguirás muchas cosas buenas que en el caso contrario jamás llegarás a lograr. Si peleas a tu lado para lograr optimizar tu relación, mano a mano, codo con codo, estarás haciendo lo adecuado.
Por otra parte… ¿Qué ganas con llevarte mal contigo mismo?, ¿Eres masoquista?, ¿Eres tan tonto que no te das cuenta del daño que te haces?
Si no convives bien contigo mismo, siente esto que vas a leer. No pensarlo, sí sentirlo. Siéntelo.
Amor… amar… amarte…
¿Te parece imposible?
¿Te parece inmerecido?
¿No sabes amarte?
Pero… por lo menos… ¿Te gustaría ser capaz de amarte?
Amarte del todo. Incondicionalmente.
¿Crees que podrías iniciar una reconciliación?
¿Podrías abandonar esa negatividad innecesaria?
Sé adulto, sé maduro, sé una persona íntegra y reconoce que una mala relación contigo mismo es una pérdida de tiempo y de energía, y un obstáculo para alcanzar con éxito el sentido de tu vida: Vivir. Y vivir en paz y en armonía contigo mismo.
¿Y cómo convivir bien contigo? Pues con amor, paciencia, comprensión, aceptación, una vez más amor, compañerismo, buen voluntad, otra vez amor, buen juicio, discernimiento, justicia, más amor, abrazos, cuidados, mimos, cariño, caricias, ternura… y amor. A pesar de tu pasado, de todo lo que tengas para reprocharte o arrepentirte, amor.
Y si eres de los que convives bien contigo, por lo menos durante la mayor parte del tiempo, ya tienes bastante avanzado en el Camino. Sólo te falta arreglar pequeños detalles, echarle un poco más de comprensión y aceptación a la vida y a la auto-convivencia… y a disfrutar de lo que te quede por vivir.
Te dejo con tus reflexiones…
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